Caracas.- Cada día van rumbo a sus lugares de trabajo: no saben si volverán a
casa. Primero se despiden de sus seres queridos, ocultando en un bolso la
indumentaria que los distinguen ante la sociedad como policías, pero que también
convierte sus vidas, y las de sus familiares, en un trofeo para la
delincuencia.
A la fecha, las 102 muertes de efectivos de los
distintos cuerpos de seguridad ocurridas
en la Gran Caracas
dan parte de cómo ha sido esta guerra. “Les quitan sus armas orgánicas, enlutan
a una familia y simultáneamente 250 personas quedan sin alguien que podía
darles seguridad, ya que según estándares internacionales por cada mil
habitantes deberían haber cuatro funcionarios. Claro que dicha cifra no tomó en
cuenta la sobrepoblación de espacios reducidos, los niveles de impunidad y
violencia, ni que habrían Zonas de Paz, donde por un acuerdo entre el Estado y
los delincuentes no puede haber presencia de ningún efectivo”, dice el comisario
general Elisio Guzmán, director de la Policía del Estado Miranda.
A razón del citado ideal de seguridad y según lo que relata
Guzmán, el Gobierno Nacional no propicia el crecimiento adecuado de ninguna
institución pues no genera progreso para quienes son y aspiran ser policías. “No
ofrecen una buena remuneración salarial, no dotan de patrullas a los organismos
y no generan acciones que permitan sostener en el tiempo el mantenimiento y
crecimiento de las policías, pese a ello seguimos en las calles”, señala.
Además, dice que todos los organismos policiales tienen
un pie de fuerza inadecuado para hacer frente a lo que ocurre en Venezuela: el
tercer país más violento del mundo, donde en 2015 perdieron la vida de forma
violenta más de 28 mil personas. “Sin el pie de fuerza adecuado quedamos disminuidos
para realizar nuestros operativos. Hay lugares donde ningún cuerpo de seguridad
puede ingresar por el poder de ataque del enemigo. Si a eso agregamos los altos
índices de impunidad se vuelve una tarea difícil devolverle el mérito, el honor
y el respeto que merece quien viste un uniforme de policía”.
Según narra el comisario general, el valor de los
funcionarios aguanta el hambre, también resiste la zozobra de vivir en medio de
sus propios verdugos por no tener para comprar una digna casa, e incluso
soporta tener que volverse un “asocial” que cada vez reduce su tiempo y espacio
de esparcimiento ante la falta de dinero y el peligro de ser identificado como
efectivo: así es el sacrificio de quienes juraron lealtad con la justicia.
“Ser policía es saber que mientras los delincuentes te
atacarán con armas de guerra, tú te defenderás solo con una pistola. No existe una
política adecuada del ejecutivo nacional para respaldar, en medio de esta
realidad, a los cuerpos de seguridad. El incentivo económico, moral y social se
ha ido desvaneciendo por esta mala gerencia, provocando así que ahora sean
menos los que desean hacer carrera en este duro oficio”.
En este sentido el comisario general revela que,
debido a la migración de los funcionarios, el organismo que dirige representa solo el 20%
del pie de fuerza en el estado Miranda y que el resto corresponde a las fuerzas
municipales. “Si a ello agregáramos la presencia en las calles de la PNB, Sebin, Cicpc, Fanb y otros
organismos, lo que representamos es mucho menos. Es evidente que politizar el
problema es una estrategia de personas que no tienen idea de cómo gerenciar la
seguridad ciudadana. El problema es común en otros entes”, citó.
A la disminución de talento humano se le suman varios
aspectos, considera el director del ente estadal y es que no todos tienen esa
“madera de Quijote que debe tener un policía”, por lo que reconoce a quienes,
pese a los bajos salarios y el poco respaldo del Estado, continúan trabajando
en beneficio de los venezolanos.
“El policía vive en una sociedad que aprendió a
quererlo cuando lo necesita, pero que no lucha junto a él cuando requiere que
progrese. La gente nos señala a todos por igual cuando el funcionario participa
en acciones delictivas. Esas decisiones particulares generan un gran daño a las
instituciones, porque en todas hay gente valiosa, amigos y hasta familia
directa que arriesga su vida todos los días y que a veces, como pasa
recurrentemente, la pierde. Papá y mamá son los primeros que impiden la fase
inicial del reclutamiento, luego es la propia organización la que filtra el
talento que ingresa. A pesar de ello, todavía hay personas que tienen ese
espíritu de justicia”, resaltó.
En la actualidad cada funcionario lleva su vida como la
de un superhéroe, pues cuando no están de servicio deben ocultar su identidad, sus
uniformes y jerarquía, todo ello sin dejar saber tampoco quienes son sus seres
queridos para evitar las represalias del enemigo. Con el traje puesto luchan contra
los malos y a pesar de que el peligro les hace preguntarse si son quienes deben
iniciar la justicia, siguen combatiendo el crimen.
“El satisfacción del deber cumplido, ver el rostro de
felicidad cuando salvas a alguien o cuando le hallas algo que esa persona
consideraba perdido, el poner tras las rejas a los que vulneran a terceros y
saber que fue uno quien inició el proceso de hacer justicia es lo que nos
llena. Esa vocación por el bien común se lleva en la sangre y no en las heridas.
Nacimos ya siendo policías y esperamos retirarnos dejando un buen legado para
quienes nos relevarán”, refirió con orgullo Guzmán.
Cada día, cuando logran regresar a sus hogares,
abrazan a quien detrás de la puerta los esperan. En el bolso guardan su “traje”,
pues mañana deben volver a elegir si seguirán siendo policías o serán quienes
esperen a un efectivo con la añoranza de justicia.
Iapem
Prensa / Miguel Mederico
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