De nuevo una imagen inerte de un cuerpo sin vida yace en medio de la calle, bajo la sombra de la noche de una ciudad en guerra, sin soldados, solo víctimas y victimarios.
Un universo lo observa
expectante ante tanta barbaridad, casi sin capacidad de asombro y pensando en
el qué, cómo y cuándo esas imágenes dejarán de ser parte de la cotidianidad.
Es un cuerpo sin vida de
alguien que algún día y bajo juramento honró su palabra de proteger la vida de
otros, esa vida que le fuese arrebatada por el odio, el resentimiento, la
venganza o la ira de un alguien, de un algo, de cualquier cosa menos un ser
humano que respeta la vida ajena o tan solo la suya.
Es hoy un solitario cuerpo
que yace en el pavimento frío bajo la mirada y lágrimas de su familia, hijos,
madre, o de quienes intentaron protegerlo hasta donde el alcance de sus manos
pudo sostener la suya antes de caer.
Era un hombre, una mujer,
tal vez padre o madre de familia, hijo o hija, profesional por vocación, porque
hay que tener vocación para ser policía, un ser humano dispuesto a arriesgar su
vida por otros, por procurar el bien ajeno, respetuoso del deber y apegado a
las leyes, de esas que no lo amparan, de esas que no velan por su seguridad y
bienestar, y no por ello las fustiga, aun cuando debe hacerlo por su bien.
Cayó de nuevo un servidor
público de un público que no lo defiende y lo señala, y sí, no juzguemos justos
por pecadores, sobre todo cuando vemos abatido y solitario un cuerpo sin vida
de un policía a quien en algún momento llamamos por su ayuda, sin saber quién
era o que hizo en su proceder.
No hablemos ni imploremos
justicia en un país donde nada es justo, donde no hay libertades plenas ni
apego a las normas, donde no hay respeto a la vida y donde las leyes se hacen a
destajo y en donde una sanción o el mérito de un rango a ostentar resulta más
relevante que procurar y garantizar la vida de aquellos que dan la suya por el
bien común.
No pretendamos ser sumisos y
esperar que alguien piense en los intereses y necesidades de otros cuando la
avaricia, la ignorancia, el poder, y la maldad están unidos y en contra de
quienes anhelamos justicia y paz.
Hoy, otro policía murió.
Hoy, otro uniforme se llena de sangre, un cuerpo policial pierde un guerrero,
una familia queda incompleta, un ciudadano sin apoyo y un país sin héroe.
No veamos con desdén el
cuerpo inerte y sin vida de un solitario hombre que murió en manos de la maldad
y en defensa de la libertad y el bien ajeno.
No seamos indiferentes ante
la atrocidad y entendamos que la imagen de un cuerpo tendido en el suelo, en
una fría noche, sin vida y solitario no es más que el reflejo de una sociedad
decadente que lo permite.
NB
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