“Ya no sé qué mes es, perdí la cuenta de las semanas y los días que llevo metido en estas celdas. Estoy desesperado, mi familia y las autoridades gubernamentales se olvidaron que existo, no recuerdan que estoy aquí”, afirma un joven indocumentado que se encuentra recluido desde hace más de 150 días en las Salas de Guarda y Custodia de la Policía de Miranda.
Dice llamarse Anthony Manuel Acosta
Tovar, de aproximadamente 21 años, la desesperación lo ha llevado a causarse,
dentro de las instalaciones policiales, terribles laceraciones en sus brazos,
pecho y piernas. Las cicatrices buscan reflejar el dolor de una infancia
terrible que fue marcada por el abandono de su madre.
“Tenía tan solo 10 años cuando mi mamá nos
abandonó. Yo me quedé bajo los cuidados de mi abuela y mi hermana fue entregada
a su madrina. Vivíamos en una casa 7 personas, un tío se encargaba de
comprarnos la comida a todos”, comentaba Anthony al tiempo que aprieta sus
manos en señal de rencor.
Recuerda
que su niñez estuvo marcada por la violencia. El abandono de su madre “a quien
tanto amaba” dejó un vacío en su alma el cual llenó con las drogas. “Teníamos
una casa en La Victoria y nos la quemaron. Mi papá había asesinado a una
señora, no recuerdo por qué motivo, y
tomaron represalias, incendiaron el lugar y lo perdimos todo”.
Sostiene
que después de ese acontecimiento se mudaron a Los Teques, su papá fue apresado
por las autoridades y ocurrió simultáneamente el abandono de su madre. Su
partida de nacimiento quedó reducida en cenizas y el aire esfumó las únicas
esperanzas de tener una identidad.
“Consumo
drogas desde los 9 años, pura Marihuana, para comprarla le quitaba dinero a mi
mamá de la cartera. La conseguía con unos amigos, tomé ese camino”, resaltó.
Entre
suspiros viaja en su máquina del tiempo y recuerda que desde que tiene uso de
razón su padre era consumidor. Deduce que tal vez su adicción inició por querer
imitar a su progenitor.
Su
primer robo lo cometió a los 13 años, asaltó un autobús de San Antonio de Los
Altos con un arma que le “prestó” un amigo, el segundo fue un robo a una
agencia de lotería con un facsímil, el tercero lo cometió, acompañado de un
adulto, en una joyería con un revólver y finalmente, le arrebató a una señora
una Tablet.
Por
los tres primeros delitos mencionados estuvo recluido casi 4 años en el Servicio
de Protección al Niño, Niña y Adolescente de Miranda (Sepinami), por el
último, es por el cual se encuentra detenido en las Salas de Guarda y Custodia
de la Policía de Miranda desde hace 5 meses.
“Me
soltaban y yo volvía a caer. Me fui de la casa de mi abuela y me hice hijo de
la calle, a veces me quedaba con mi papá, otras con unos amigos y una que otra
en las avenidas, donde me agarrara la noche”, relata.
Precisa
que su hermana le prestó el apoyo en sus primeras detenciones. No obstante, le
recalcó que si continuaba en el mundo de la delincuencia no contaría más con
ella. “No ha venido a verme estos meses que he estado aquí. Yo ni recuerdo cual
es el día de mi cumpleaños y ella era la única que se acordaba, me daba siempre
un regalito, no saben cuánto la extraño”.
Anthony
afirma que se siente abandonado tanto por su familia como por las autoridades. Enfatiza
que el sentimiento es compartido entre los 180 detenidos que se encuentran en las
diversas Salas de Guarda y Custodia de
la policía estadal, cuya capacidad es para 150, a la espera de su debido
proceso.
“Estando
en la calle no recibí ayuda de nadie, ni de mi familia ni del Gobierno Nacional.
A veces el diablo te tienta y si no cuentas con un apoyo todo te da igual.
Realmente mi vida no ha sido nada fácil”, consideró.
El
sonido del agua recuerda que es la hora del baño, Anthony tiene que regresar a
su celda y asearse. Sus compañeros golpean las rejas al tiempo que gritan “aquí
hay enfermos, acuérdense de nosotros”.
Finalmente,
con un apretón de manos y unos ojos achinados llenos de lágrimas concluye el
encuentro. Aquel joven sin identidad aprovecha la ocasión para enviar un
mensaje reiterativo a las autoridades competentes: “recuérdenle a los
Tribunales que existo y sigo aquí. No soy un animal, sé que tengo derechos”.
Iapem prensa/Lexis
Gandica
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